La familia ha cambiado mucho en los últimos años y más con el creciente problema con los hijos de padres separados. En el pasado se caracterizaba por el compromiso de por vida de la pareja, el valor de la entrega y sacrificio de los padres, el valor que se le daba a tener hijos, etc. Sin embargo, actualmente el sistema familiar se basa más en la libertad de la pareja para comprometerse o para romper ese compromiso, más flexibilidad en los roles del hombre o de la mujer, el derecho a la satisfacción personal en la convivencia del día a día, incluso por encima del objetivo de tener hijos.
Es evidente que estos cambios han provocado un mayor número de separaciones y divorcios; también, un descenso de la natalidad.
El divorcio o la separación de los padres afectará de forma diferente a los hijos dependiendo de la edad y la madurez de los propios niños. Es posible que ellos manifiesten su oposición al principio, cuando los padres les comuniquen su separación. La primera reacción de los niños es no querer que se produzca la separación de sus padres.
Cuando se produce un divorcio, tenemos que tener en cuenta que es una situación desagradable para todos pero seguramente lo sea más para los niños. Si les preguntaramos a los niños que sienten ante los conflictos de los adultos seguramente nos dirían que están enfadados y tristes.
En general, la separación de los padres en el niño es experimentada por una sensación intensa de vulnerabilidad, acompañada de sentimientos de tristeza, una preocupación por los padres, así como una sensación de rechazo y abandono; también, aparece un conflicto de lealtades ya que el niño quiere por igual a ambos padres.
Dentro de la terapia de divorcio, los enfoques teóricos predominantes en la actualidad serían el sistémico y el cognitivo-conductual. La aportación de la psicoterapia puede ser de gran ayuda para sanar las heridas emocionales en los primeros momentos de la separación.
» Cuando miro el mundo soy pesimista, pero cuando miro a la gente soy optimista»
– Carl Rogers –
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